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Un estudio francés reveló que el uso excesivo de dispositivos digitales durante la primera infancia está alterando funciones clave del cerebro. Las consecuencias podrían ser duraderas si no se actúa a tiempo.
La exposición continua a pantallas digitales desde edades tempranas —celulares, tabletas y televisores— está generando efectos preocupantes en el desarrollo cerebral de los niños menores de seis años.
Así lo advierte una investigación reciente del Instituto Nacional de Salud e Investigación Médica (INSERM) en colaboración con la Universidad de París, que evaluó a más de 1,500 niños durante sus primeros años de vida.
Los resultados indican que una exposición superior a una hora diaria a estos dispositivos impacta negativamente funciones asociadas al lenguaje, la memoria, la atención y la interacción social. La situación es aún más crítica cuando el uso comienza antes de los dos años, una etapa de intensa actividad cerebral.
Entre los hallazgos más inquietantes del estudio se encuentra la disminución en la conectividad de las regiones prefrontales del cerebro, fundamentales para el autocontrol, la toma de decisiones y el pensamiento reflexivo.
"El desarrollo infantil necesita contacto humano, juego libre y exploración del entorno físico. Las pantallas sustituyen estos estímulos esenciales", explicó la doctora Manon Collet, coautora de la investigación.
La evidencia fue reforzada por un segundo estudio de la Universidad de Grenoble, que mediante resonancias magnéticas demostró cómo el uso intensivo de pantallas altera los patrones de plasticidad cerebral, reduciendo la capacidad de adaptación y aprendizaje.
A pesar de las advertencias, el 68 % de los niños menores de cinco años en Francia pasa más de dos horas diarias frente a pantallas, según datos del Observatorio Francés de Tecnología y Salud Infantil (OFTHI).
Esto contrasta con las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que recomienda no más de una hora diaria entre los dos y cinco años, y evitar completamente el uso de pantallas en menores de dos.
Los expertos enfatizan que el problema no es solo del hogar. Urge una acción conjunta de padres, educadores y gobiernos para fomentar entornos que prioricen la interacción directa, el juego activo y el desarrollo emocional y cognitivo saludable.
El cerebro infantil tiene una capacidad única de aprendizaje, pero también una vulnerabilidad crítica que no debe subestimarse.