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En México, los caminos ya no conducen al progreso; muchos de ellos terminan siendo atajos al crimen y la impunidad.
La autopista Puebla-Orizaba —históricamente vital para el comercio del sureste— se ha transformado en un corredor de terror para los transportistas.
La situación no solo refleja un problema de seguridad, sino la fractura profunda del Estado en su capacidad de garantizar lo más básico: el libre tránsito.
Aunque el Sistema Nacional de Seguridad Pública presumió la semana pasada una baja en los robos a transportistas, los datos duros que ofrecen las empresas del sector contradicen ese discurso optimista.
La Asociación Mexicana de Empresas de Seguridad Privada e Industria Satelital (AMESIS) reporta que cada 33 minutos ocurre un asalto a un camión de carga en el país. Solo en el primer bimestre de este año, se registraron 2 mil robos, cifra que representa un aumento del 25 % con respecto al mismo periodo de 2024.
La contradicción con las cifras oficiales —que hablan de una disminución de denuncias— no es menor.
La diferencia está en el terreno, en la realidad cotidiana de los operadores que ya no confían en el sistema de justicia. Los trámites burocráticos, el tiempo perdido entre levantar la denuncia y el inicio de un operativo, así como el temor a represalias, explican por qué las víctimas prefieren callar.
Los ladrones, por su parte, han perfeccionado su estrategia: ahora roban las credenciales de los choferes y amenazan directamente sus hogares.
La lista de tramos peligrosos es extensa y alarmante: México-Querétaro, México-Puebla, Orizaba-Puebla, Naucalpan-Toluca, México-Pachuca, Lagos de Moreno-San Luis Potosí... un país entero sembrado de puntos rojos.
El patrón es claro: zonas donde escasea la presencia de la Guardia Nacional y donde los criminales actúan con información privilegiada. Saben qué transporta cada unidad, cuándo lo hace y por qué ruta. Esto no es delincuencia común: es crimen organizado con inteligencia logística.
El impacto económico es devastador. Las pérdidas por estos robos no solo golpean a las empresas transportistas, muchas de ellas pequeñas y medianas. También afectan a la cadena de suministros nacional, encarecen los productos, presionan la inflación y deterioran la confianza de inversionistas y aseguradoras.
Además, cada camión robado representa una historia de miedo, de violencia física, de traumas que no se denuncian en papel, pero que se arrastran en la vida real.
¿Qué se puede hacer? El primer paso es reconocer que la estrategia actual ha fracasado. El despliegue de la Guardia Nacional ha sido insuficiente, errático y, en algunos casos, completamente ausente.
No basta con patrullar; se requiere una política integral que combine inteligencia, tecnología, colaboración con el sector privado y voluntad política real. El Estado debe recuperar las carreteras, no solo con armas, sino con eficacia.
Además, urge modernizar el sistema de denuncias. Un operador que acaba de ser asaltado no puede pasar horas explicando su situación al conmutador del 911. Se necesitan mecanismos ágiles, digitales, seguros y protegidos, que no revictimicen.
La denuncia debe ser una herramienta de justicia, no una carga burocrática.
El otro gran pendiente es la impunidad. Mientras los ladrones sepan que no serán detenidos —o peor aún, que cuentan con protección institucional— no habrá ley que los frene.
Sin investigaciones serias, sin sanciones ejemplares, sin voluntad para desmontar las redes que facilitan estos atracos, las cifras seguirán creciendo, aunque en papel parezca lo contrario.
Los escenarios futuros, si no se actúa, son preocupantes. El sector transportista podría radicalizarse, exigir medidas extraordinarias, incluso tomar las carreteras como forma de presión.
La violencia podría escalar y pasar del robo al secuestro o asesinato sistemático. Y, en el fondo, el ciudadano común será el más afectado, pagando con precios más altos y con un país cada vez más fragmentado.
Hoy, la Puebla-Orizaba y otras más ya no son solo autopistas peligrosas. Son un símbolo de lo que pasa cuando el Estado abandona su responsabilidad.
Cada 33 minutos, un camión es robado. Cada 33 minutos, el silencio institucional se repite. Las estrategias interestatales o las firmas de acuerdos no surten efecto positivo.
Pero no hay ruta que aguante tanto tiempo sin romperse. Y cuando eso ocurra, el costo será mucho más alto que una caja de carga: será el futuro mismo de la seguridad en México.
Contra todo pronóstico, la Expo Feria Coatza 2025 no solo atrajo multitudes, sino que consolidó su lugar como el evento más importante del sur veracruzano.
A pesar de las dudas iniciales sobre la cartelera musical, los conciertos masivos demostraron que la fórmula sigue vigente, aunque es momento de repensarla a fondo.
La masiva afluencia confirmó que el espacio actual ya no es suficiente. Urge imaginar un recinto más amplio, más seguro y con una oferta diversa que no se limite a lo comercial o tradicional.
La feria debe dejar de ser solo un tianguis de temporada: puede y debe transformarse en una plataforma que conecte a la población con su entorno económico, productivo y cultural.
Se insiste. Incluir a empresas como Pemex, así como a industrias locales, permitiría a los asistentes conocer de primera mano cómo se mueve la región que habitan.
Sumado a esto, reabrir las puertas a expresiones culturales internacionales ayuda a enriquecer la experiencia y despertar nuevas sensibilidades.
La edición 2025 fue exitosa, pero también reveló los límites del modelo actual.
El reto, ahora, es que la feria deje de repetir fórmulas cómodas y se atreva a evolucionar. Porque lo que está en juego no es solo el entretenimiento de unos días, sino el lugar simbólico de Coatzacoalcos en el imaginario colectivo regional.
Los organizadores deben sentirse satisfechos, sí, pero también —y sobre todo— los que vienen deben pensar en grande. A salirse de la caja.
Por cierto el sábado en la tarima, Los Esviquel causaron euforia con la juventud porteña con canciones que tienen en su letra, "...tengo la nariz tapada de tanto que he inhalado...Tanta pari, tanto polvo de la quijada ando trabado...". Así las cosas.
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