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La visita de Luisa María Alcalde, dirigente nacional de Morena, a Veracruz no pasó desapercibida. Con un discurso cargado de confianza y tono triunfalista, aseguró que el 1 de junio marcará la consolidación de la "transformación" en los 212 municipios veracruzanos. "El PAN desaparecerá de Veracruz", sentenció.
En su narrativa, no hay cabida para la duda: Morena ganará todo. Sin embargo, más allá de la arenga partidista y el entusiasmo militante, es preciso analizar lo que este mensaje implica, lo que omite y lo que proyecta para el futuro político inmediato del estado.
Alcalde Luján representa no solo al partido en el poder, sino a una visión política que se ha mantenido con una narrativa de contraste: o estás con la transformación, o estás con el pasado corrupto del PRI y el PAN.
Es una lógica binaria que ha resultado efectiva en muchos sectores, pero que comienza a enfrentar sus propios límites, sobre todo en entidades donde la seguridad, la pobreza y la institucionalidad electoral siguen generando serias dudas en el electorado.
El mensaje de la dirigente morenista mezcla promesas de victoria absoluta, cifras de encuestas internas y señalamientos a los "enemigos del pueblo", como si la contienda electoral ya estuviera resuelta.
No obstante, los comicios aún no se celebran y su resultado dependerá no sólo de las preferencias partidistas, sino de la confianza en las condiciones de legalidad y seguridad del proceso. Y ahí, precisamente, hay un bache preocupante.
En los últimos días se han registrado hechos violentos vinculados al entorno electoral.
Alcalde minimizó estos sucesos al asegurar que existen condiciones para una jornada tranquila gracias al despliegue de la Guardia Nacional y la supuesta vigilancia del voto. Aunque reconoce que el PAN y el PRI tienen experiencia en prácticas cuestionables como la compra de votos, confía en que las estructuras de Morena —que, según dijo, cubrirán el 100% de las casillas— evitarán cualquier intento de "trampa".
Aquí aparece la primera grieta en el relato oficialista: una cosa es la cobertura territorial del aparato electoral de un partido, y otra muy distinta es la garantía de equidad en la contienda.
Que Morena tenga presencia en todas las casillas no significa que el proceso esté libre de tensiones o presiones indebidas.
La desconfianza ciudadana no desaparecerá con una promesa de vigilancia partidista. Se necesita institucionalidad sólida, no protagonismo de partido.
Más aún, cuando se afirma que "los candidatos no tienen derecho a fallar" y que deben proteger un legado, se impone sobre ellos una narrativa que dificulta el ejercicio de la crítica o la autocrítica. ¿Y si fallan? ¿Y si no cumplen? ¿A quién se le rendirán cuentas?
La estrategia de Alcalde también incluye una fuerte apelación al pasado: el PRIAN es sinónimo de corrupción, saqueo y abandono. La oposición, según su discurso, representa todo aquello que la gente ya no quiere.
Si bien es cierto que los gobiernos del PAN y PRI en Veracruz dejaron huellas profundas de impunidad y abuso, la constante referencia al pasado como único argumento político puede tornarse vacía si no se acompaña de resultados tangibles en el presente.
Morena ha gobernado Veracruz por casi seis años. ¿Ha mejorado la seguridad? ¿Se ha erradicado la corrupción? ¿Los servicios públicos son mejores? La respuesta es compleja.
Si bien ha habido avances en materia de programas sociales y en reducción de algunos indicadores de pobreza, los problemas estructurales del estado —como la violencia, la precariedad institucional y la impunidad— persisten. Y eso la ciudadanía lo sabe.
El riesgo del discurso de victoria anticipada no es menor.
Puede conducir a una peligrosa soberbia política, a una minimización de las alertas ciudadanas y a una desconexión con la realidad.
Un Morena que se siente invencible puede caer en la tentación de imponer más que de convencer, de acusar más que de dialogar, y de reclamar un cheque en blanco en lugar de construir acuerdos.
De cara al futuro, Veracruz podría enfrentar dos escenarios.
El primero, uno en el que Morena consolide su hegemonía territorial, lo que implicaría una gran responsabilidad política y moral: no habría ya a quién culpar por los errores, ni excusas ante los fracasos.
El segundo, menos probable pero posible, es un escenario de reacomodo político en algunas regiones, donde la ciudadanía reclame mayor pluralidad, mejores gobiernos locales y menos propaganda.
Ambos escenarios exigen una ciudadanía informada, crítica y participativa.
Porque más allá del color de partido que gane, lo que está en juego es la calidad de nuestra democracia, el respeto al voto y la construcción de un Veracruz más justo, seguro y digno.
La transformación no se decreta. Se construye. Y no con discursos, sino con resultados.
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