Todos los adultos vamos por la vida con distintos traumas de infancia que dan forma a la personalidad, algunos tienen heridas que sin duda su entorno seguro no deseaba generar, pero hay otros que no tuvieron la fortuna de contar con un espacio de amor y protección, porque desde temprana edad sufrieron todo tipo de maltratos y abusos. Esta realidad es una de las más lacerantes en México y de las menos escuchadas.
México figura en distintos rankings, desgraciadamente ocupa el primer lugar en uno sumamente desagradable y que poco se habla. De acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, México es el número uno en abuso sexual de menores y pornografía infantil. Una tendencia que lejos de ir a la baja, se incrementa año con año hasta en un 118%.
Los abusos y explotación de menores comienzan en el entorno más cercano, el hogar e incluso la escuela. Espacios que de acuerdo a los derechos humanos deberían ser seguros, proveedores de atención y amor, pero no siempre resultan así. Incluso hay ocasiones en que debido a la violencia del hogar los menores prefieren alojarse bajo otro tipo de explotación porque se sienten mejor tratados.
Así relató su experiencia como trabajadora sexual, la activista Kenya Cuevas, una mujer trans que habló en un podcast de cómo en su hogar la violencia la orilló a refugiarse en una casa de citas desde los 9 años, donde trabajaba como sexo servidora. Ahí se sentía querida porque las personas la trataban con cariño y nunca le faltaba comida, no era capaz de entender en qué consistía su trabajo. Hasta que conforme creció ya era demasiado vista y su situación comenzó a ser nuevamente precaria.
Su historia es un ejemplo de lo que viven múltiples niños y niñas en el país, historias de violencia que no se limitan por clases sociales o entornos. Estas historias se han presentado incluso en las instituciones educativas de mayor prestigio, donde niños eran abusados por sus cuidadores o enviados a directivos como una especie de tributo sexual. No son un secreto, aunque a veces se quieran manejar como tal.
Desde hace años hemos escuchado de sucesos semejantes, ¿entonces por qué siguen existiendo? ¿Por qué aumentan los números de manera alarmante? Las razones son múltiples, pero una de las principales es que se trata de un negocio, mientras se siga fomentando un mercado para este tipo de delitos y no se les clasifique como delitos graves, seguirán perpetuándose.
La mayoría de consejos para la prevención de estos delitos van enfocados hacia padres y madres, desafortunadamente en México, parte de estos abusos se cometen en el entorno más cercano. Aquí es donde la sociedad no puede ser cómplice y en cuanto se sabe de algún suceso semejante se deben realizar las denuncias correspondientes.
Algunos indicadores en menores que han sufrido algún abuso son cambios en el comportamiento, laceración o moretones en el área vaginal, molestias en la vulva, vagina o ano; hemorragia rectal, infecciones urinarias recurrentes, retención de heces o heces verdosas. Además de estos indicadores es indispensable hablar con los menores de manera frecuente sobre el cuidado de su cuerpo, la comunicación constante y nunca poner en duda su palabra. Para cualquier víctima es complicado exteriorizar sus vivencias, para un niño o niña es aún más complejo, sobre todo si tiene que hablar de cómo ha sido violentado por personas en su círculo cercano.
En México es necesario que comencemos a visibilizar estos temas, que exijamos a las autoridades leyes que castiguen de manera contundente a los agresores y sobre todo que comencemos a reflexionar cómo estas heridas afectan a las personas, pero también a la sociedad. Seamos partícipes del desarrollo, de la información y la justicia, dejemos de ser cómplices por la omisión.
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