Un país en donde la justicia tiene precio deja de ser un país de leyes.
Acudir a los tribunales para defender los derechos es la mayor fuente de igualdad que ha inventado la sociedad. En teoría, ahí, en los tribunales, la cancha se aplana: valen igual los argumentos de un rico que de un pobre; de una mujer que de un hombre. No importa la raza ni el credo, sino la verdad.
Pero eso deja de ocurrir si el juzgador se pervierte o si su independencia se sojuzga por presiones políticas.
Siendo esto grave, es gravísimo que sea la cabeza del poder judicial, el Presidente de la Suprema Corte de Justicia, el que arme una red de extorsión, tráfico de influencias, venta de sentencias.
De eso se acusa a Arturo Zaldívar.
No sólo fue ministro y presidió la Corte: ahora ocupa un cargo central para el tema judicial en la campaña de Claudia Sheinbaum.
Es decir: no sólo fue tremendamente nocivo en el pasado. Quiere seguirlo siendo en el futuro.
Es delicado el hecho de que, sin pudor, sin haber terminado su encargo, violando la previsión Constitucional de que los Ministros sólo pueden abandonar su cargo por causa grave, se haya sumado a una campaña política. Revela una falta de neutralidad que es central para el juzgador.
Luego se convirtió en vocero y articulador de la reforma judicial futura, justo cuando, el viernes, en un acto inédito, la propia SCJN ordenó una investigación en su contra. Hubo denuncias y testimonios de que Zaldívar usó su cargo para obtener sentencias a modo. Lo hacía comprando, presionando o chantajeando a más de 70 jueces y magistrados, en una densa red de corrupción y abuso de autoridad.
Hay un indicio claro de culpabilidad. El presidente afirmó que Zaldívar le ayudaba a obtener resoluciones en favor de su gobierno. Ahí está, filmado. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Pero los hechos son más graves, pues Zaldívar no sólo politizaba la justicia: la corrompía.
La denuncia que enfrenta incluye su involucramiento en litigios privados para obtener sentencias en favor de empresas y despachos jurídicos.
Claudia Sheinbaum salió a defenderlo y, cómo no, a mantenerlo en el cargo.
Nos dice, por ello, de manera nítida qué clase de poder Judicial desea.
Así, se muestra tal cual es ante el público.
Los políticos se muestran siempre tal cual son. Lo hizo Peña con el caso Paulette. Lo hizo López Obrador al mandar al diablo a las instituciones.
Hoy lo está siendo Claudia Sheinbaum. Sabemos sus limitaciones. Conocemos a su entorno. Hemos escuchado de su propia voz la oferta de impunidad a la corrupción de su partido.
Que nadie se llame después a la sorpresa.
Por eso, dicen, los pueblos tienen los gobiernos que se merecen.