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Cada 1 de mayo, el Día Internacional del Trabajo no sólo conmemora las luchas obreras del pasado, sino que también revela la situación actual del mercado laboral. En América Latina, y particularmente en México, esta fecha pone bajo la lupa un fenómeno preocupante: largas jornadas laborales sin una retribución justa.
De acuerdo con cifras de Statista, México encabeza el ranking de países latinoamericanos con más horas trabajadas: un total de 2,226 al año. Le siguen Costa Rica con 2,149 y Chile con 1,963. Sin embargo, esta intensa carga laboral no se traduce en una mejor calidad de vida ni en ingresos acordes.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), México es uno de los países con peor proporción entre salario y horas trabajadas.
El panorama laboral mexicano se ve aún más afectado por la informalidad. La OIT estima que el 58.7% de la población ocupada trabaja en este sector, y que el empleo formal masculino supera en 23.4% al femenino.
Esta situación ha impactado la productividad, que cayó 0.4 puntos en su último reporte. A pesar del reciente aumento del salario mínimo, la cultura laboral heredada de décadas de políticas restrictivas sigue marcando el ritmo: mucho trabajo, poco crecimiento.
Una encuesta realizada por Michael Page en 2025 revela que el 61% del talento mexicano no ve oportunidades de crecimiento en su empleo actual. Las largas semanas laborales, sumadas a bajos sueldos y escasa movilidad, generan una percepción de estancamiento que frena el desarrollo profesional y personal.
Ante este panorama, crece la presión social para reformar la Constitución y reducir la jornada laboral semanal de 48 a 40 horas.
El Frente Nacional Por las 40 Horas convocó una movilización el jueves 1 de mayo, con el objetivo de visibilizar esta demanda urgente. Para muchos trabajadores mexicanos, esta no es sólo una protesta, sino un llamado a dignificar el trabajo en el siglo XXI.