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El arribo del destructor USS Gravely (DDG-107) al puerto de Veracruz, entre el 25 y el 28 de abril de 2025, fue presentado por la Secretaría de Marina (Semar) como una parada técnica para cargar combustible y víveres.
Sin embargo, el contexto geopolítico sugieren un escenario más complejo, de acuerdo con el especialista en seguridad Ghaleb Krame.
La escala naval de Estados Unidos en Veracruz, sostuvo el también académico, podría ser la expresión visible de una nueva fase estratégica en la relación entre México y el gobierno de Donald Trump, marcada por ambigüedad calculada, objetivos discretos y un escenario regional en transformación.
El USS Gravely, una embarcación de combate de la clase Arleigh Burke, posee una autonomía de 4,400 millas náuticas navegando a velocidad crucero de 20 nudos. La distancia entre Norfolk, Virginia—su base de operaciones—y Veracruz es de aproximadamente 1,800 millas. Es decir, no necesitaba detenerse, afirmó Ghaleb Krame.
Los procesos de abastecimiento de combustible en alta mar —conocidos como Replenishment at Sea (RAS)— suelen durar entre 45 y 90 minutos.
Ese tiempo extra, junto con la desactivación de su sistema de identificación automática (AIS) durante buena parte de su navegación, apunta a medidas operativas propias de entornos con riesgo latente, sostuvo el especialista en temas de seguridad.
El USS Gravely no es un navío cualquiera. Está armado con misiles Tomahawk para ataques terrestres de largo alcance, misiles SM-2 y SM-6 para defensa aérea, torpedos antisubmarinos, helicópteros MH-60R Seahawk y el sofisticado sistema de combate Aegis. En palabras simples: es una unidad diseñada para escenarios de guerra moderna de alta complejidad.
Desde el inicio del nuevo gobierno estadounidense en enero de 2025, la Casa Blanca liderada por Donald Trump designó oficialmente a varios cárteles mexicanos como Organizaciones Terroristas Extranjeras (FTO). Este giro legal redefine completamente las reglas de intervención.
Ya no se trata de crimen organizado, sino de amenazas equiparables al terrorismo global. En este nuevo marco, la presencia del Gravely en territorio mexicano no puede desligarse de un reajuste profundo en la estrategia de seguridad de Washington.
Tampoco se ha reconocido oficialmente el intercambio de inteligencia con fuerzas mexicanas. Sin embargo, en misiones previas bajo esquemas bilaterales, estos encuentros han servido para actualizar información sobre rutas de tráfico ilícito, probar interoperabilidad naval y afinar mecanismos de interdicción marítima. En este contexto, la visita del Gravely podría haber sido más productiva que simbólica.
El discurso oficial de Semar insiste en reducir el evento a una parada técnica. Es comprensible. Reconocer públicamente otros fines operativos podría avivar tensiones internas, generar cuestionamientos diplomáticos o evidenciar acuerdos que se manejan en discreción. En relaciones militares, el silencio también es una estrategia, advirtió Ghaleb Krame.
Más allá del contenido de la visita, su forma marca un parteaguas: es la primera vez, tras la designación FTO, que un buque militar de este calibre atraca formalmente en un puerto mexicano: Veracruz, señalado extraoficialmente por estar infestado por la mafia china aliada a criminales mexicanos.
Cuando la soberanía ya no se mide solo por el control del territorio, sino por la autonomía en decisiones estratégicas, la visita del USS Gravely a Veracruz es un gesto que dice más por lo que calla.